Aceptación, por Carmen Verdejo

Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida, sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas, se convierte en un problema. Fluir con la vida quiere decir aceptación, dejar llegar lo que viene y dejar ir lo que se va(Nisargadata)

En el año 2020, hemos sufrido una colisión con la realidad de lo inevitable  que ha ido dejando tras de sí un reguero de incertidumbres donde muchas personas, por sus circunstancias, sus creencias, actitudes o estrategias, han quedado estancadas o corren el riesgo de quedar estancadas en la orilla del dolor.

Con el anhelo de que este 2021 sea un año que nos permita fluir en el río de la vida llenos de paz, esperanza y sabiduría, me gustaría compartir con vosotros/as una reflexión sobre la aceptación. Quiero señalar que la aceptación es un eje importantísimo en las intervenciones, terapias, talleres y programas que desarrollamos en nuestro Centro Presentia de Granada, en la medida en que representa ese fluir con la vida que nos dice Nisargadata.

La aceptación es un concepto complejo que muchas veces nuestra mente se resiste a aceptar, valga la redundancia. Uno de los motivos de esa resistencia es que las extraordinarias capacidades de la mente humana: planificar, prever, inventar, investigar, analizar, cooperar, aprender de la experiencia, imaginar, crear, anticipar consecuencias…, nos ha permitido dar forma al mundo donde vivimos y adaptarlo a nuestras necesidades creando contextos  al servicio de nuestros deseos y comodidades. Esta capacidad de control sobre nuestro entorno  nos empuja a estar inmersos en una falsa ilusión de control sobre la vida y lo que nos acontece en ella, creyendo que si algo se interpone en nuestro camino, solo tenemos que ejercer las acciones pertinentes para cambiarlo. En el mundo material esto “parece” factible, aunque con frecuencia se nos olvida que hay cosas que no dependen de nosotros, y empleamos mucho tiempo, energía y recursos en estrategias de control poco efectivas y nada sostenibles para nosotros y para el planeta.

Lo que está ocurriendo con la disrupción de la pandemia de la COVID-19, ha puesto de manifiesto que no elegimos ni podemos controlar lo que nos acontece. La situación que ha desencadenado la COVID-19, nos ha hecho toparnos de bruces con esa realidad de lo inevitable. Hemos enfermado y para algunos, el contagio ha derivado en incapacidades, y lamentablemente para otros ha supuesto la muerte. Nos hemos visto privados de relaciones con personas que queremos, poniéndonos en contacto con la realidad de que esa privación puede suceder no solo por el confinamiento, sino por la separación, los malos entendidos, los conflictos o la desaparición. Estamos inmersos en una crisis de dimensiones globales, recordándonos que las crisis, los desengaños, los errores también forman parte de la vida.

La aceptación es una invitación a reconocer y valorar la existencia de las dos orillas, placer y dolor. Estar vivos nos abocará a un abanico amplio de experiencias y algunas de ellas nos causarán dolor.  Negar, luchar, resistirnos a la realidad es un No a la vida. Amar la vida es el respeto y la aceptación de esta realidad “imperfecta”, es ser flexibles, apartándonos de la rigidez, de las ideas preconcebidas sobre cómo deberían ser las cosas, qué deberíamos sentir o pensar, cómo tendrían que ser o actuar los demás, es renunciar también a las expectativas poco realistas.

El rechazo, la resistencia, la lucha son la consecuencia de situarnos en una continua discrepancia entre lo ideal y lo real, que nos hace entrar en conflicto, nos disocia, nos aleja del momento presente y nos resta capacidad de adaptación y de respuesta. El camino de la aceptación nos invita a manejarnos con  realismo y con mesura, dejando llegar lo que viene y dejando ir lo que se va: circunstancias, personas, pensamientos y emociones. Dejando espacio y promoviendo la actitud adecuada para que podamos emplear nuestras extraordinarias capacidades humanas  en la construcción de una vida llena de sentido que merezca la pena vivirla.

Carmen Verdejo

 

 

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