Con ojos de aprendiz, Raquel Paiz: Nuestro planeta, nuestra salud

Día Mundial de la Salud

Es día 7 de abril. Día Mundial de la Salud. Un buen día para hablar también de la salud del planeta. Un buen día para pararse a reflexionar conscientemente, tomar un respiro y apreciar el valor de la Tierra, nuestro único hogar, para nuestra salud y, por ende, para la vida misma.

Sobre la humanidad, acecha hoy el riesgo más que probable de nuestra inacción ante la que es ya considerada como la más peligrosa y devastadora de las crisis a las que nos enfrentamos. La crisis climática. O la emergencia climática, como ya han convenido denominarla -que no abordarla- los más reconocidos expertos y expertas en la materia.

“Actuamos como si tuviésemos un inmenso deseo de muerte”. Son palabras de la activista ambiental, y estudiosa del budismo, Joanna Macy en su libro “Esperanza activa”. Y lo cierto es que, por momentos, parece que sí. Que nuestra forma de relacionarnos con la Madre Tierra y entre nosotr@s mism@s no es, desde luego, la más saludable.

La forma en que nos relacionamos con el Planeta, entre nosotr@s y para con nosotr@s mism@s se refleja en nuestra salud física, emocional y mental. El cansancio de un Planeta exhausto, que dice “basta”, es el reflejo de nuestro cansancio. Su estado de salud, el nuestro.

Nuestra forma de ser y estar en el mundo, en demasiadas ocasiones, parece carecer de ética y valores. Vivimos como si tuviésemos un inmenso deseo de muerte y como si no hubiese un mañana. Nuestras conductas, nuestro parloteo mental y nuestra maraña de pensamientos “automáticos”, nos acercan a hábitos de vida poco saludables. En muchos casos, nuestro sistema de alerta nos predispone a vivir en prolongados estados de ansiedad, depresión… y a una sensación de vacío que nos predispone a conductas adictivas y huidizas de la realidad.

En nombre del progreso, el bienestar y la calidad de vida, hemos forjado un modo de vida sin raíces, sustentado en el hacer, hacer, hacer… hacer más para conseguir más. Como si nuestra felicidad dependiese sola y exclusivamente de la acumulación material. De conseguir un cuerpo diez, conforme a los cánones de belleza imperantes. El mejor coche, la mejor casa. La pareja perfecta. La familia perfecta…

Hemos depositado nuestra pretendida felicidad en manos de una vida que parece haber sucumbido a esta otra “enfermedad de las prisas”, en la que parece haberse impuesto un canon y un precio a la felicidad. Somos el valor de lo que tenemos.

De forma inconsciente, en mayor o menos medida, contribuimos a intensificar las muchas brechas de desigualdad existentes. Ahondamos en las cicatrices del hambre y la pobreza y profundizamos en las heridas de un Planeta que, paradójicamente, maltratamos tanto como lo necesitamos.

Del Planeta, nos nutrimos, nos hidratamos, nos oxigenamos. Nuestra salud no solo depende su salud. Nuestra salud es la salud del planeta mismo.  El daño y el dolor que le infligimos hoy se dejará sentir de generación en generación.

En nombre de la calidad de vida y bienestar presentes, sobreexplotamos los recursos naturales por encima de la capacidad regenerativa de la Tierra.

Satisfacer el, casi siempre insatisfecho, deseo de felicidad se ha convertido en una peligrosa obsesión.

Cuando tenga esto… Cuando tenga lo otro… Lo de más allá… Nuestras expectativas de felicidad futura y condicionada nos privan de este inmenso privilegio que es el presente. De toda la riqueza y grandeza de esta generosa Madre Tierra que nos acoge y nos nutre.

Nuestra incesante búsqueda de felicidad será el precio que paguen las generaciones más jóvenes y las que están por llegar.

Pero, ¿saben?

Con mis ojos de aprendiz, creo que es “demasiado tarde para ser pesimista”.

Conocemos la magnitud del desafío. Conocemos los riesgos. Y también las oportunidades. Propuesta por las Naciones Unidas, contamos con una hoja de ruta, la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible. Trabajar, con más humanidad y menos individualismo, para “Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades” (ODS 3), es entrar en acción por el clima (ODS 13) y, por tanto, por el Planeta.

Aportar luz y conciencia para emprender tan noble desafío requiere toda la conciencia y un rumbo sustentado en los valores y derechos universales. La Tierra clama a gritos conciencia. Presencia. Y el despertar del amor bondadoso, la alegría, la compasión y la ecuanimidad, pilares de la práctica de Mindfulness es literalmente incompatible con vivir de espaldas al dolor y al sufrimiento propio y ajeno; como lo es vivir de espaldas al maltrato al que sometemos a nuestro único hogar: el Planeta.

Tal y como afirma Thích Nhất Hạnh, “las condiciones que nos ayudarán a recuperar el necesario equilibrio no vienen de fuera, sino de dentro, de nuestra atención plena, de nuestro nivel de conciencia”. Y conciencia es justo lo que necesita la Tierra para curarse.

 

Raquel Paiz

Con ojos de aprendiz

 

by Presentia